Finalmente llegamos a la ansiada resolución del enigma: ¿Desde qué gélido universo llegaron nuestros nuevos amigos? ¿En qué momento una civilización carente de músculos faciales decidió reconstruir nuestro planeta a su semejanza? En la imagen superior se sugiere una respuesta posible, aunque se trate sólo una aproximación parcial al problema.
Es cierto que una buena parte de los personajes de historieta clásicos han cargado sobre sus hombros la llamada "cara de lata", pero por lo general en función de algún elemento compensatorio que sirviera de contrapunto. Sherlock Time tiene al Jubilado Luna, Tintín a Haddock, Dick Tracy a su galería de deformes,
etc. Sin embargo, estos personajes de historieta cometían un error elemental: se hablaban los unos a los otros. Para complicar más las cosas, solían mirarse a los ojos al hacerlo.
Este problema queda resuelto en los afiches cinematográficos que podemos ver aqui, en donde se evita escrupulosamente semejante desatino: se sabe que las miradas a los ojos promueven complicaciones tales como la comunicación humana o la toma de decisiones colectivas.
No es casualidad que estas cuidadosas composiciones (que de alguna manera recuerdan a arreglos florales) hayan causado furor entre los diseñadores de la gráfica rock en la década del 80. Tiemblo al imaginar los efectos que podrían provocar en un grupo de jóvenes historietistas desprevenidos.
No es casualidad que estas cuidadosas composiciones (que de alguna manera recuerdan a arreglos florales) hayan causado furor entre los diseñadores de la gráfica rock en la década del 80. Tiemblo al imaginar los efectos que podrían provocar en un grupo de jóvenes historietistas desprevenidos.
Sin embargo, es sabido que Jarmusch posee la inteligencia de una tortuga de jardín ordinaria. ¿La explicación? He aquí algunas imágenes de diversas películas de Michelangelo Antonioni, 20 años anteriores a la obra de nuestro muñeco.
La incomunicación, ah, el problema de las élites europeas. Y las norteamericanas. Y las argentinas. Bah, de las élites en general.
Sería perezoso de mi parte insinuar que podemos detenernos en Antonioni y considerarlo iniciador de una tradición. Si el lenguaje del cine pudo pasar a un medio visual y gráfico como el de la historieta, es probable que lo contrario también haya podido ocurrir.
Y ocurrió, en efecto. Es así como llegamos al final de nuestro recorrido: las bellas imágenes del románico, desperdigadas generosamente por las iglesias de Italia (a las que seguramente Antonioni se ha retirado a meditar en varias oportunidades en busca de inspiración para sus creaciones).
Parece curioso que estas imágenes correspondan con bastante exactitud al clima espiritual (filosófico, político) de nuestro tiempo. Pero, por otro lado, es natural que estos ciclos se repitan con cierta regularidad: al igual que en aquellos días, nuestros ojos impenitentes e inquisitivos sufren el castigo de los "Clowes" ("Clavos"?) similar al que vemos en el grabado adjunto. "Burns" ("Quemar! Quemar!") y "Ware" (seguramente una deformación de "Guerra!"), completan el panorama. Nuevamente, Roma ha caído. Estamos en manos de los bárbaros.
Sin embargo, tal como lo hicieran los primitivos cristianos, podemos
mantener encendida una mínima esperanza. Quizás, en este mismo momento,
un grupo de iniciados se recluya en el húmedo escondite de alguna
catacumba para trazar en sus muros, con el carbón de los oprimidos, los
signos de un nuevo código hermético: el código que condensa, reducida a
unos pocos gestos, la herencia del futuro humanismo.